sábado, 30 de junio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 3

Disclaimer: The junguer games no me pertenece


Salí de la ducha con la cabeza más despejada, me envolví en una toalla y quité la humedad del pelo con otra toalla. Fui a la habitación y me puse algo cómodo. Regresé al baño para peinarme el pelo, por suerte ya había adquirido la longitud que me gustaba después del corte que necesitó para ser saneado. Lo peiné dejándolo suelto para que se secara al aire perfectamente.
Al bajar las escaleras el olor a comida llego a mis fosas nasales, y no solo olía a pan. Fue en ese momento cuando me di cuenta que el panecillo en el bosque no había sido suficiente para calmar mi apetito voraz. Descendí aún más rápido las escaleras y entre en la cocina. Sobre los fogones burbujeaba una cazuela, un exquisito olor salía de ella mientras que Peeta removía su contenido.
Pero algo más llamo mi atención en ese momento. Sobre la mesa estaban las magdalenas que minutos antes estaban dentro del horno. Sin que Peeta me viera alcancé una, sus pepitas de chocolate me decían “cómeme” y sin esperar más me di un enorme mordisco.
El grito gutural que salió directamente de mis pulmones, fue tal que se debió de oír en toda la Aldea de los Vencedores. Peeta se dio la vuelta con la cuchara de palo en la mano y me miró sin entender nada.
— ¿qué…?— sus ojos reflejaban miedo cuando los poso en la magdalena de mi mano mientras yo daba ridículos saltos con la otra mano sobre mi boca. No tardo en sumar dos más dos y echó a reír a grandes carcajadas.
—No tiene gracia— conseguí decir como si mi lengua fuera de trapo fulminándole con la mirada.
—Katniss, sí que la tiene— Rió aún más al escucharme hablar.
—Me he quemado la lengua por tu culpa— fingí un puchero, sabía que Peeta no podría resistirse a eso, sí, a veces era mala y rastrera, o  al menos lo intentaba en estos aspectos.
Como predije se acerco a mí y me rodeó con sus brazos la cintura — Ha sido tu culpa, preciosa… Por impaciente— Sonrió.
Le maldije separándome aun con la lengua de trapo, escocía de veras. Cogí una botella de la nevera y sin ningún tipo de modales bebí directamente de ella a grandes tragos haciendo que unas pequeñas gotas del frio líquido se escaparan de entre las comisuras de mis labios y rodaran por mi cara y mi cuello hasta perderse en mi camiseta. Esa sensación, el agua fría recorriendo mi cuello, hizo que se me erizara la piel.
Deje la botella y me seque los labios con la el dorso de la mano mirando a Peeta. Él me mirara de una forma un tanto extraña. Tenía la cuchara de palo en una mano, sus ojos estaban un poco desorbitados, más abiertos de lo normal, su boca levemente abierta, parecía dispuesta a decir algo, pero de ella no salió ningún sonido. Sin proponérmelo bajé la mirada por su busto y su tronco, y comprobé que algo en sus pantalones estaba más grande de lo normal, aunque no tan grande como lo que había tocado en la cama. ¿Qué le pasaba esta vez? Mis mejillas volvieron a adquirir un tono rosado, parecía que se estaba convirtiendo en una costumbre eso de ruborizarme estúpidamente.
— ¿Peeta…?—Mi lengua al menos parecía estar mejor aunque aun me hormigueaba.
Peeta sólo se acerco a mí e hizo algo que no me esperaba. Sacudió con sumo cuidado unas pocas migas de la dichosa magdalena que se habían caído en mi camiseta, sobre mis pechos, y luego con uno de sus dedos secó con extrema suavidad los dos hilillos que las gotas de agua habían dejado sobre mi cuello, para posteriormente lamer ese dedo mirándome a los ojos. Eso me desconcertó, ¿por qué narices…? Supongo que vio en mi mirada la confusión, pero sonrió y me beso la frente, dejándome más atontada si eso era posible. Luego volvió a atender la cazuela.
Jadeé sin entender nada y me senté en una silla de mala gana con el ceño fruncido, volví a coger la magdalena y esta vez empecé a comérmela dándole pequeños pellizcos con los dedos y soplándolos. Aunque de repente se me había pasado el hambre y solo me apetecía maldecir al maldito Chico del pan por confundirme y reírse de mí porque eso parecía que era lo que estaba haciendo.
—Sabes q estas más guapa sin fruncir el ceño…— No me di cuenta de que estaba a mi lado hasta que note sus dedos en mi entrecejo, acariciándolo con suavidad. Me aparte bruscamente, más que por el susto que porque me hubiera molestado, al ver su cara de decepción sonreí.
—Serás…—
— ¿Qué…?­—
— Bobo…— sonrió también y me beso en la frente.
— ¿Ves, cielo? Así mejor…—
“Cielo”, me había llamado “cielo”, volví a fruncir el ceño.
— ¿Y ahora que pasa Katniss? —
— Huele a quemado…a pan quemado…— Salvada por la campana, bueno, por el horno.
Peeta corrió hasta el horno lo abrió y un humo negruzco salió de éste. Se maldijo y no pude evitar reír. Aunque mi risa duro poco, sin darse cuenta cogió la bandeja del horno con la mano desnuda. ¿El resultado? Una importante quemadura recorriendo toda la palma de su mano. Gimió de dolor agarrándose la mano con la otra. Corrí hacia él y mire su piel fuertemente enrojecida, pronto empezarían a salirle ampollas. Le sople suavemente la quemadura, como una madre hace con su hijo y suavemente le empuje hacia el grifo. Lo abrí y coloqué su mano bajo el agua mirándole preocupada. Su mueca de dolor me contrajo el corazón, no soportaba velo sufrir, ni si quiera con algo tan simple como una quemadura en la mano.
—Mantén la mano así, voy a por el bote de la pomada para quemaduras— Yo misma había encargado uno de esos botes de pomada mágica al Capitolio, la verdad era que Peeta era muy propenso a quemarse con el horno, sí, era un poco patoso…
Corrí a por el botiquín y volví lo más deprisa que pude, no podía evitar recordar todas las veces que Peeta me había asustado con sus heridas, incluso en los primeros Juegos, cuando yo fingía que le amaba, incluso ahí no podía con la preocupación, recordé como le había limpiado la herida de su ya inexistente pierna, el pus, las señales de la septicemia…Un escalofrío me recorrió la espalda, no, definitivamente no habría soportado que le pasara algo…Como en los segundos juegos, cuando dejó de respirar, hay veces que aun sollozo recordando aquel suceso, Peeta es mi sustento, a él más que nadie es a quien necesito.
—Ya estoy aquí, déjame ver— Le aparte la mano de agua y con sumo cuidado se la sequé con pequeños golpecitos, y aún soplándosela.
—Ya…esta…creo…— Tragué saliva, ya empezaba a aparecer unas cuantas ampollitas en la zona de color rojo brillante.
No me demoré más y apliqué el ungüento sobre la quemadura con pequeños toquecitos. De sus labios salieron pequeños suspiritos de alivio. Cuando la apliqué por toda la marca le miré. No supe descifrar su cara. Tenía una media sonrisa en los labios, me miraba fijamente, con esos penetrantes ojos azules, sus pupilas estaba algo más dilatadas de lo normal.
— ¿Qué miras Peeta?—
— Tienes madera de enfermera…podrías estar ayudando a tu madre, te lo repetiré siempre— Sonrió.
— Sabes que no…Odio la sangre…y el pus…puag…— Se rió ante mi mueca de asco. Momento en el que aproveché para coger un vendaje limpio y colocárselo alrededor de la palma de la mano. No necesitaba más recuerdos dolorosos.
—Esta noche ya estará curado— el asintió sonriendo todavía.
Le devolví la sonrisa permitiéndome el perderme por unos instantes en sus ojos, volviendo a mirar sus pestañas, esas pequeñas pestañitas, tan rubias, tan perfectas, como todo su cuerpo. Tan embobada estaba mirándole que no me enteré cuando estampó un beso en mis labios, que me supo realmente a poco. Empezaba a estar demasiado sedienta de sus besos, pero debía controlarme, si no lo controlábamos los besos llevarían a más, y eso a más…y me asustaba sobremanera el no saber dónde estaba el límite.
Peeta empezó a poner la mesa con una sola mano, por lo que me apresuré a ayudarle, impidiéndole que siguiera. Más tarde serví el delicioso guiso y nos sentamos a comer, aunque en ese momento mi hambre no era precisamente por la comida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario