sábado, 30 de junio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 6


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Continué estrujándome el cerebro sentada sobre la cama. Debía hacer algo, pero no sabía qué ni sabía cómo. Las preguntas se arremolinaban en mi cabeza haciendo que mis sienes palpitaran. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Para mí era mucho más fácil dejarlo todo como estaba, besos caricias y dormir juntos. Maldita sea, por qué Peeta y mi propio cuerpo querían cambiarlo, la situación así era más cómoda…
Estaba perdida en mis pensamientos cuando oí la puerta de la casa cerrarse y luego unos pasos escaleras arriba. Tomé aire y lo solté con fuerza y sin pararme a meditarlo detenidamente decidí empezar a mover ficha, empezaría la función en ese momento. Si Peeta quería ver cuerpos desnudos, eso le daría…Aunque fuera mi propio cuerpo, feo y lleno de parches.
Me deshice del pijama y fui hacia el armario, en braguitas, lo abrí y simulé estar buscando qué ponerme. Justo en ese momento se abrió la puerta de la habitación y mi cara comenzó a arder de espaldas a él. El solo podía ver eso, mi espalda desnuda y mi trasero cubierto tan solo por unas braguitas de algodón color blanco nieve. Me mordí el labio y apreté con fuerza los ojos pensando que aquello había sido una idea estúpida, demasiado estúpida. Pero las cartas estaban sobre la mesa, no podía darme la vuelta y simplemente gritarle, no, quería…molestarle.
Cogí la primera prenda de ropa que vi y la apreté en mi puño arrugándola. Me cubrí el pecho con un brazo y me giré un poco, dejándole ver parte de mi torso. Su cara era todo un poema, ojos desorbitados, boca abierta, y mejillas color cereza, se había ruborizado. Me mordí el labio de nuevo, nerviosa. Eso pareció incomodarle porque fijo sus ojos en mi boca y se tambaleo de una pierna a otra, apoyándose ahora en la ortopédica apretando levemente los puños. Sonreí para mis adentros ¿Estaría funcionando? ¿Le estaba incomodando?
— ¿Peeta…?— Intenté que mi voz ronroneara, semejándose a la voz que a veces ponía Effie para intentar conseguir algo— Estoy vistiéndome…— Tartamudeé, me estaba empezando a sentir ridícula.
—Ya…veo…— Peeta jadeó. Pero no se movió, no dejo de mirarme con esa cara de sorpresa, la boca empezaba a torcérsele.
— ¿Me dejas continuar?— intenté poner el mismo absurdo tono de voz y además hice un leve puchero, eso se me daba mejor.
Asintió saliendo rápidamente aún mas ruborizado. Suspiré sonoramente y me dejé caer de rodillas frente al armario. Salvo mi equipo de preparación nadie me había visto tan desnuda nunca. Me había sentido un poco indefensa, pero, había conseguido mi objetivo, o al menos eso parecía. Peeta nervioso, desconcertado ante mi desnudez…Mis mejillas volvieron a adquirir color pero intenté reponerme y ahora sí empecé a buscar qué ponerme.
Miré toda la ropa que tenía en ese gran armario. Demasiada ropa inservible procedente del Capitolio, vestidos de todos los colores, largos, por la rodilla por medio muslo…incluso había alguno aún más corto; camisetas con estampados chillones y multicolores, o lisas de un solo color, la mayoría con poca tela, también tenía un montón de jerséis de invierno, y decenas de pantalones. Era ropa que apenas me ponía, no me gustaba la ropa colorida y llamativa, me gustaba vestir con colores tenues y pantalones largos, mis camisetas apenas tenían escote, aunque fuera verano. Como me había definido Octavia en una ocasión era una sosa. Aunque ahora con Peeta cerca intentaba estar aceptable, procuraba verme bien, que la ropa no mostrara demasiado mis defectos, y que me favoreciera en lo posible.
En el fondo del armario vi una camiseta que nunca antes me había puesto, negra, sin mangas el escote era un poco más pronunciado que el de mis camisetas normales, pero no mucho más. La cogí y la sostuve en lo alto, examinándola. Decidí darle una oportunidad, me puse uno de los sujetadores de color oscuro que también me habían dejado y me puse la camiseta, se ajustaba al cuerpo pero no era incomoda, como supuse el escote era algo más pronunciado de lo que estaba acostumbrada, no demasiado, llegaba al inicio de la marcada línea que separaba mis pechos. Tome unos pantalones vaqueros y me los puse también. Me dejé el pelo suelto, formando suaves bucles provocados al haber llevado la trenza hecha.
Una vez vestida sopesé qué hacer, tenía que buscar información…pero ni Peeta ni nadie podía enterarse…En ese momento recordé la caja de libros que encontré al venir a vivir aquí, libros y libros, se tardaría años en leer todos esos libros. Era poco probable que en esa caja hubiera revistas como la de Peeta…pero y ¿si había algo que pudiera ayudarme? Como alguna novela romántica, de las antiguas, como las que mi madre se había llevado a la Veta cuando se casó. Crecí viéndola leer esos libros de títulos empalagosos, pero cuando intenté leer uno me reprendió y me dijo que eso no era para niños. Cuando murió mi padre los tiró. Quizás en esos libros venia alguna fotografía del estilo, al menos en las portadas muchas veces salía una pareja abrazada o besándose.
Baje a desayunar pensando en la caja, esa caja estaba en el sótano, acumulando polvo. Tenía que encontrar el momento para bajar.
Al entrar en la cocina Peeta me saludo tímidamente y sin apenas mirarme a los ojos, su mirada fue directamente al punto donde empezaba mi camiseta. La subí un poco, incomoda mirándole con cierto reproche, haciendo que Peeta se enrojeciera. Sonreí, perfecto. Acto seguido mis ojos fueron a parar a la bandeja llena de panecillos de queso y mi estomago protesto. Cogí uno y mordí.
—Está delicioso…—
—Gracias Katniss— Sus mejillas se tornaron aun más rojas. ¿Desde cuándo Peeta se ruborizaba por mis halagos?
— ¿Ocurre algo Peeta?— el simplemente negó con la cabeza, mirando hacia el suelo.
Me acerque a él y puse una mano sobre uno de sus hombros. Me miró y le sonreí, por suerte el me devolvió la sonrisa. Me embriagaba su sonrisa. Todo él me embriagaba, sonrisa, sus ojos, su pelo, su olor, sus fuertes músculos…Tuve que reprender a mi mente. Me acerqué y besé su nariz.
—Lo de anoche está olvidado— Mentía…pero eso el no tenía porque saberlo ¿no? Sonrió aun más y posó sus labios en los míos, dándome un dulce beso. Tuve que reprime y no abalanzarme a por más.
Me retiré con suavidad mirándole a esos profundos ojos azules y continué devorando el panecillo mientras me preparaba un té.
— Voy a ir a llevarle unos panecillos a Sae, a su nieta le encantan los panecillos de queso— Asentí suponiendo que lo hacía para evitar la incómoda situación en la que nos encontrábamos.
Guardo un puñado de los panecillos en una bolsa y beso mi mejilla.
—Traeré algo para comer— volví a asentir. Y un par de minutos después me había dejado sola.
Creí que el corazón se me detuvo por unos segundos, acababa de irse y su ausencia ya me dolía y más que nada porque no estábamos bien, la situación era extraña, incomoda…estaba molesta con él, aun así estaba intentando molestarle, provocarle…provocar en el sensaciones que ni yo misma entendía. Suspiré preguntándome por enésima vez por qué todo tenía que ser tan complicado, yo solo necesitaba tenerle cerca. Me froté la sienes, tenía que ver el lado bueno, era como si el cielo me hubiera escuchado, pues ahora disponía de al menos un par de horas para buscar algo en la caja de libros.
Caminé hacia la puerta del sótano y la abrí. Dentro estaba todo oscuro, antes de entrar, palpé por la pared y encendí una pequeña bombilla que le daba una tenue luz. Cerré la puerta detrás de mí y baje con cuidado las escaleras. El lugar a diferencia del resto de la casa era lúgubre y húmedo, y tenía un olor parecido al de las minas. Las pareces eran de cemento desnudo y las escaleras de metal chirriaban mientras que bajaba. Llegué al final de las mismas y miré a mi alrededor, contra las paredes había unas cuantas estanterías, la mayoría vacías, y entre dos de ellas había apiladas unas tres cajas. La que me interesaba era la de abajo del todo.
Retiré las dos cajas de encima y abrí las dos tapas de la enorme caja. El polvo inundó el aire y me hizo estornudar dos veces. Cuando me recompuse tomé aire y empecé a ojear los libros. La mayoría era libros de medicina o historia, uno en particular me llamo la atención, se titulaba simplemente "Historia" pero en su portada tenía una fotografía de un aerodeslizador antiguo, se podía asemejar a un pájaro, ya que constaba de dos enormes alas y una cola, "avión" surcó mi mente, pero no sé si se llamaban así o un "avión" era otra cosa.
Seguí buscando y debajo de los libros más grandes empezaron a aparecer las novelas. Por el momento aparté tres y empecé a leer el primero. Lo abrí por la mitad y empecé a leer muy por encima, tarde un buen rato en llegar a la parte que podría interesarme "[…] paseábamos en silencio, cogidos de la mano, estaba anocheciendo, y en un momento dado pasamos por un lugar más resguardado y oscuro. ÉL me besó mientras me agarraba fuerte. Me acariciaba la espalda y en esta ocasión sus manos se dirigieron por primera vez a mi pecho, por encima de la ropa— Deberíamos continuar en mi casa…—asentí y caminamos hacia allí con rapidez […]" Se ponía interesante, hasta ahora no había nada nuevo que Peeta y yo no hiciéramos, más o menos, el nunca me había tocado el pecho. Fruncí el ceño solo de pensarlo. Seguí leyendo, pero los protagonistas nunca llegaron a la casa del chico, ya que a él le atropelló un coche y cayó en coma, y la chica le prometió amor eterno en la cama del hospital. Resoplé y dejé el libro en el motón con los otros y continué con los siguientes. En todos pasaba prácticamente lo mismo, amor, caricias, besos, un poco de acercamiento íntimo, pero antes del broche final, uno de los protagonistas moría. Amor trágico. No sé de qué me sorprendía, era lo que habían pretendido hacer con Peeta y conmigo en nuestros primeros Juegos, ¿no?
Había perdido casi toda la esperanza, y ya estaba maldiciendo mi tiempo perdido cuando de la caja saque otro libro, era más fino que el resto de los que había mirado hasta el momento, sus pastas era de color negro, como de cuero, no tenía dibujos, y el título estaba escrito en unas elegantes letras doradas "Manual de la perfecta amante". El airé de mis pulmones salió casi sin proponérmelo en una rápida sacudida. ¿Era posible que hubiera algo así? Y más aún, ¿era posible que eso estuviera en mi sótano? Como si hubiera escuchado mis deseos y un genio los hubiera concedido. La probabilidad era muy remota, pero ahí estaba, como saludándome esa especie de manual, solo esperaba que no fuera tan absurdo como los libros que acababa de ojear.
Lo abrí temerosa y comencé a leer "Felicidades por haber adquirido este estupendo manual para ayudarte a conseguir lo que tanto desea, pero lo primero debemos aclarar una cosa lo más importante para conseguirlo es su confianza en usted misma y su carácter, ese es el secreto" suspiré "Empezaremos por pasos, la primera etapa es la Seducción" Gemí lastimeramente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario