miércoles, 4 de julio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 21


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.

Este capítulo está dedicado a mi chiquita Nina D'e Mellark. Porque sé que este capítulo te gustará, y por ser como eres, por hacerme un poquito más feliz cada día, aunque te lo diga poquito. Desgraciadamente no hay suficientes besos en el mundo para darte todos los que te mereces!



Abrí los ojos gracias a la molesta luz que entraba por la ventana. El sol se asomaba con fuerza a través de ésta aunque según el reloj apenas eran las 8 de la mañana. Me giré para mirar hacia el otro lado de la cama, solamente para comprobar que estaba vacío. Me levanté y me vestí con lo primero que pillé en el armario, algo cómodo y de color oscuro, necesitaba cazar, y lo necesitaba ya.
Salí de casa sin ni siquiera comprobar que Peeta estuviera en ella y corrí lo más rápido que pude atravesando la aldea de los vencedores. Llegue a la Veta en pocos minutos y corrí por sus polvorientas calles hasta la Pradera. Ahora al atravesarla un escalofrío me recorría toda la columna vertebral al recordar las decenas de personas que descansaban para siempre en ese lugar. Atravesé rápidamente la valla que separa el distrito del bosque y corrí hacia el árbol donde guardaba mi amado arco. En cuanto lo tuve en mi mano me adentré en el bosque sin pensarlo para ahogar mis miedos.
Mis pasos silenciosos pero feroces empezaron a buscar una presa que llevarme a casa, necesitaba cazar, sabía que eso era lo único que me calmaría en un día como ese. Hoy era mi cumpleaños, tal día como hoy había llegado al mundo sin saber lo que me esperaba, sin saber que sería un tributo. Solo un año fui feliz con la llegada de mi cumpleaños, solo el año en el que cumplí los doce y pude por fin obtener esas malditas teselas con las que nos alimentábamos a duras penas.
Un pequeños murmullo me saco de mis pensamientos y sonaba grande, ¿un ciervo? No me lo podría creer, un enorme ciervo estaba corriendo hacia mí. Cogí una flecha del carcaj, apunté y…
— ¿Qué? ¿Qué haces tú aquí? No deberías estar aquí
— Quería felicitarte…— Chasqueé la lengua
— no lo hagas sabes…que no…
—También quería darte tu regalo…lejos de todos…para que fuera más especial…
— no tenias por qué…
— quiero hacerlo…quiero…dártelo…— esperé mirándole a los ojos durante un interminable minuto.
— ¿y bien…?— susurré
En ese momento sus labios chocaron contra los míos de forma casi brusca. Inmediatamente, sin dejarme decir nada, buscó mi lengua, la cual no opuso resistencia. Jugó con la de él alegremente, en un juego que empezaba a llevarme a la locura. El calor en mi vientre empezaba a hacer acto de presencia como ya era normal con un simple beso.
Sus manos empezaron a jugar con el borde de mi camiseta aunque rápidamente pasaron a un nuevo nivel y tocaron la ardiente piel de mi vientre, ese simple contacto hizo que todo mi cuerpo temblara pegándose más al suyo buscando un mayor roce. Él pareció entender perfectamente mi gesto puesto que también intentó pegarse a mí, apretando con fuerza mi cintura, clavando sus dedos en las marcas que ya tenía. Sin cortar nuestro húmedo beso hizo que retrocediera un par de pasos hasta que mi espalda choco violentamente contra el tronco de un árbol. Gemí de dolor pero no me importo, ya que acto seguido noté sus labios sobre mi cuello, besándolo con devoción, para luego darme pequeños mordiscos aquí y allá. Mordiscos que inmediatamente empezaron a robarme leves gemidos que intentaba reprimir con todas mis fuerzas, eso no debería estar ocurriendo ahí.
Sus manos abandonaron la sensible piel del mis caderas y comenzaron a forcejear con el botón de mi pantalón. Noté como se frustraba al no poder desabrocharlo y tuve que morderme el labio inferior para no gritar cuando sentí el tirón que arrancó el dichoso enganche. Me rendí y busque de nuevo su boca y me comí casi literalmente sus labios, los mordí y los besé como si eso fuera mi misión en la vida. Un nuevo gemido abandonó mi garganta cuando noté como mis pantalones se deslizaban por mis piernas, seguidos por las caricias de sus manos de sus manos. Esas fuertes manos acariciaron mis muslos mientras que yo misma me deshacía de mi prenda a patadas sin tan si quiera quitarme las botas, luego sin previo aviso su mano derecha apretó mi intimidad sobre mi ropa interior. Grité sin poder evitarlo y mordí más fuerte sus labios mientras que las palpitaciones se hacían ya imposibles, llegando al punto de dolorosas y la humedad crecía bajo su mano. Notaba perfectamente como la transparente tela roja se mojaba, y con ella su ardiente mano, que empezó a mover con suavidad con un ligero movimiento de vaivén haciendo más presión entre mis pliegues, llegando a ese punto de mi anatomía que hacía que gritara tan vergonzosamente y me estremeciera.
La mano que tenía enredada en su pelo no quería ser menos importante que la suya asique bajó para desabrochar sus pantalones, acción que no me costó en absoluto, luego la metí por dentro de su ropa interior, acariciando la piel de su dureza con la palma de mi mano. El calor que desprendía me embriagó y como un acto reflejo mi mano envolvió esa dureza y empezó a acariciarla con suaves y lentos movimientos. Sus gemidos no se hicieron esperar y abandonó mi boca echando la cabeza hacia atrás dejando expuesto su cuello, que ataqué con mis besos y mi lengua mientras que mi mano trabajaba cada vez más rápido.
—Katniss…
—Hazlo…hazlo ya…— Susurre contra sus labios.
Cuando quise darme cuenta mis braguitas había desaparecido y yo rodeaba su cintura con mis piernas a la vez que contra mi ingle notaba la presión de su dureza. Mordí su cuello con fuerza a la vez que mis dedos se enredaban entre los mechones de su pelo.
— Hazlo ya…— Moví levemente mi cadera contra su miembro, en ese momento no estábamos haciendo el amor, era sexo. Únicamente sexo. Y no me importaba, quería que fuera así, solo quería el placer carnal que él podía proporcionarme.
Simplemente se posicionó en mi entrada y entró en mí con la fuerza que siempre le había caracterizado. Gemí con intensidad al notar cómo me cernía sobre su longitud intentando acomodarme a su tamaño, mirándole directamente a los ojos. Sus ojos grises estaban tan oscurecidos que apenas podía ver su color original, estaba completamente segura de que los míos se verían igual. Salió de nuevo de mí casi al completo y sin apartar sus ojos de los míos volvió a entrar de una nueva embestida, esta vez más fuerte, haciendo que mi espalda se magullara contra la áspera corteza del árbol.
—¡Gale!— Su nombre salió de mi boca mezclado con un grito de placer mientras que sus potentes músculos se contraían por culpa de los fuertes movimientos que estaba haciendo contra mis caderas.
Mis gemidos dejaron de serlo para convertirse en auténticos gritos que inundaban todo el bosque, silenciando a los pájaros. Allí y ahora solo estábamos él y yo, me estaba poseyendo con brusquedad, no era dulce, no era atento. Solo era sexo, sexo rudo. Y me encantaba. No quería que parara. Mordí su cuello para ahogar los gritos en él mientras que el fuego de mi vientre crecía empezando a expandirse, no iba a tardar mucho tiempo en explotar. Moví mis propias caderas haciendo que las descargas eléctricas se concentraran justo en el punto en el que nuestros cuerpos se unían.
Apreté los ojos en el momento en el que empecé a notar como explotaba. Pero no ocurrió, abrí los ojos y estaba tumbada en una cama, en mi cama. Miré a todas partes completamente desorientada, jadeando y bañada en sudor y lo peor, lo peor de todo es que mi sexo palpitaba de manera completamente vergonzosa. Me removí nerviosa en la cama y justo en ese mismo momento noté el brazo de Peeta alrededor de mi cintura, su brazo me envolvía de manera protectora y dulce. El escozor de ojos producido por las incipientes lágrimas no se hizo esperar. Me mordí el labio para evitarlas pero fue inútil. Una esquiva lágrima rodó hacia la almohada seguida por unas cuantas más. No lo entendía…
Había sido un sueño. Un estúpido y asqueroso sueño. Un sueño en el que yo y Gale teníamos relaciones. Y en el sueño me gustaba. Me gustaba mucho. Completamente asqueroso. Nunca, nunca jamás había pensado en una situación como esa con Gale, es más, hasta que no empezaron mis caricias con Peeta, nunca había pensado en un contacto íntimo, ni siquiera había soñado con un beso hasta que Peeta y yo habíamos empezado a compartirlos.
Y ahora soñaba con Gale, Gale y yo juntos…juntos pero sin amor. Había sido consciente durante todo el sueño de ese hecho. Aunque sus besos y sus caricias me gustaban y encendían mi fuego, no sentía esa adoración por su cuerpo como me pasaba cuando estaba en la vida real cerca de Peeta. No había sentido nada especial al oírle gemir, mientras que cuando era Peeta quien lo hacía me estremecía de pies a cabeza, su voz ronca susurrando mi nombre, o simplemente un suspiro gracias a una de mis caricias me llenaban el corazón. Pero en el sueño no sentí nada emocionalmente hablando.
Aunque la excitación era otra cosa a tener en cuenta, eso sí que no podía negarlo. Notaba en la unión de mis piernas lo que había provocado en mí ese sueño. Y lo odiaba. Ahora me odiaba a mí misma. Me había traicionado, y lo peor de todo, había traicionado el amor de Peeta.¿ Y si después de todo, no le quería como debía quererle? Él no se merecía a su lado a alguien que soñaba con otro hombre…no se lo merecía…pero…le necesitaba para seguir viva…Peeta era mi vida.
Giré suavemente sobre mi costado y le miré cara a cara. Estaba completamente guapo dormido. Un mechón rebelde de su pelo caía sobre su frente completamente relajada, sus pestañas rubias parecían aun más largas, y en su boca se dibujaba una leve sonrisa, señal de que estaba teniendo un tranquilo sueño. Sonreí ante las inmensas ganas que me dieron de besarle. Pero me contuve para no despertarle. No estaba segura de poder lidiar aún con sus azules ojos después de ese sueño tan atroz.
Pudo haber pasado perfectamente una hora cuando oí a mi estomago protestar reclamando comida. En todo ese tiempo mis ojos no habían dejado de recorrer cada centímetro cuadrado de la cara de Peeta. Aunque para ser sincera mis ojos se detenían cada vez más tiempo en esos perfectos labios. No eran especialmente gruesos, ni especialmente rosados, pero tenían un aire varonil y fuerte que invitaba a ser besados constantemente. Y además eran suaves, demasiado suaves contra mi piel. Tuve que sacudir la cabeza para dejar de pensar en sus labios recorriendo la piel de todo mi cuerpo.
Aparte con suavidad su brazo y me levanté de la cama con cuidado. En cuanto me puse de pie gemí. Agujetas. Si las que tenía el día anterior eran dolorosas las de hoy asustaban. Los muslos me ardían, sobretodo el interior de los mismos. Y mis caderas no se quedaban atrás. Dolían. Obviamente era un dolor soportable, pero dolían por los nuevos movimientos que habían realizado, Aún así volvería a pasar mil veces por ese dolor con tal de sentir como había sentido a Peeta. Ahora más que nunca Peeta era MI Peeta.
Salí de la habitación casi de puntillas y me metí en el baño. Accioné el agua de la ducha y en cuanto estuvo a la temperatura ideal me desnudé y me metí bajo el chorro de agua caliente. El agua quemaba sobre mi piel hasta el punto de escocer débilmente, dejándomela completamente roja. Pero la necesitaba. Necesitaba que el agua caliente relajara mis músculos y aclarara mis ideas. O más bien las purgara. Necesitaba comprender el porqué de mi estúpido sueño. De repente lo recordé. No pude evitarlo y di un puñetazo a la pared de la ducha. Hoy le vería. Había oído hablar a Haymitch. Hoy vería a Gale. Estaría aquí, en el distrito 12.
No estaba preparada para enfrentarme a él. No quería verle. No quería que me viera débil y derrumbarme frente a él. Tampoco quería ignorarle y huir. Mi intención era no ir a esa maldita fiesta. Pero no soy estúpida, sabía perfectamente que Gale me buscaría. Era así de irracional. Tenía que pensar en algo y pensarlo ya. Por mi salud mental.
Gracias al agua que corría a través de mi cara tardé en darme cuenta de las lágrimas que corrían por mi cara. Y no lo hice hasta que empezó a costarme respirar a causa de los sollozos. Me maldije. Me maldije a mí misma y al mundo entero. Los azulejos de la ducha volvieron a recibir otro puñetazo y después otro. Al tercero la sangre brotó de mis nudillos. Pero no fue hasta el sexto que paré salí de la ducha y del baño sin tan siquiera cerrar el grifo y mojada como estaba me abracé a Peeta que aún dormía.
Noté como se sobresaltaba bajo mi abrazo, pero unos escasos dos segundos después sus brazos me envolvieron y acarició mi pelo completamente empapado. Arrullándome como si fuera una niña perdida. Su mano paseo por mi espalda mojada.
— Todo está bien Katniss…
— no…no lo está…nada lo está…

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