sábado, 7 de julio de 2012

Aprendiendo; Capitulo 22



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Sus brazos me envolvían con dulzura mientras que sus labios se posaban una y otra vez en mi coronilla. Mis lágrimas y mi propio cuerpo mojaban la camiseta de Peeta, pero sus brazos no dejaban de acunarme. Levanté lentamente la cabeza y le miré con la cara bañada en lágrimas, los ojos me escocían de forma horrible así que no era difícil adivinar que tenían que estar rojos hasta el extremo. Pero no me importaba y busqué sus labios para depositar en ellos el beso más dulce de todos los que le he dado. Acaricio sus labios con los míos y luego mi lengua los recorre lamiéndolos.
Cuando iba a detener el movimiento de mi lengua la suya salió al encuentro y lamió la mía con la misma dulzura que yo estaba usando. Después recorrió mis labios y me besó manteniendo la ternura haciendo que me recostara en la cama, creo que a él le importaba tanto como a mí que se mojara, es decir, no le importaba nada. Sus labios recorrieron la línea de mi mandíbula con unos besos tan delicados que casi eran imperceptibles. Siguieron recorriendo mi cara y bajando al cuello donde se entretuvieron un rato, aunque demasiado poco para mi gusto. Aun así no me quejé ya que sus labios pasaron directamente a uno de mis pezones, rodeándolo para que luego su lengua lo acariciara y me robara un leve gemido. Mis manos se enredaron en su pelo con suavidad mientras que siguió con su tarea de mimar mis pechos. No recuerdo en qué momento mis lagrimas habían cesado pero solo me di cuenta de ello cuando los ojos de Peeta se posaron en los míos a la vez que utilizaba sus dientes para atrapar uno de mis erectos pezones y estirar, arrancándome otro gemido más intenso que el anterior. Sonrió y pasó su lengua por el pezón mordido sin dejar de mirarme y no pude evitar sonreírle también, si esta era su nueva forma de quitarme las penas, bienvenida sea.
Sus besos no se pararon en mi torso y continuaron bajando hacia mi vientre. Beso mi estomago y los alrededores de mi ombligo pasando su lengua por él, dejándome un placentero rastro de saliva que luego sopló haciendo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Para entonces las palpitaciones en mi entrepierna se habían hecho tan intensas que estaba deseando que sus dedos me acariciaran. Pero no lo hizo, sus labios bajaron a mi sexo y beso la zona sobre mis pliegues.
— Peeta…— Sus labios formaron una amplia sonrisa y luego, su lengua paso entre mis pliegues, para esa vez sí arrancarme un verdadero grito de placer.
Atrapé la cabeza de Peeta entre mis piernas y le miré sin entender nada, no sabía que estaba haciendo, eso era nuevo para mí, pero no podía negar que su lengua en esa parte de mi anatomía me excitaba y me avergonzaba a partes iguales. Peeta separó mis piernas y me miró desde esa posición.
— ¿te incomoda?— solo atiné a negar con la cabeza— ¿sigo?— asentí mordiéndome el labio inferior.
La sonrisa de Peeta me asustó un poco, noté en ella ¿picardía? Pero no pude seguir mirándole mucho rato ya que cuando volví a sentir su lengua en mi intimidad cerré los ojos gimiendo de nuevo. Era completamente vergonzoso pero a la vez era tan placentero que me tragaría esa estúpida vergüenza al estar tan expuesta. Sentí como su lengua recorría esa parte para luego centrarse en ese punto de placer. Si el trabajo con sus dedos me volvía loca, lo que estaba haciendo con su lengua me mataba de placer. La suavidad y humedad de la misma, junto con mi propia humedad hacia que resbalara de una forma casi mágica sobre mí. Mis gritos aumentaron de intensidad cuando note que un dedo de mi chico del pan se perdía en mi interior y empezaba a moverse de manera maravillosa de dentro a fuera.
Apreté aun más los ojos dejando a Peeta hacer lo que quisiera conmigo mientras que me retorcía y gritaba de placer, ya ni siquiera recodaba el porqué de mi llanto. Sus manos se cernieron a mis caderas supongo que para evitar que me moviera y en solo un par de minutos el calor de mi vientre exploto recorriendo cada vena y cada arteria de mi cuerpo.
Aunque la cabeza de Peeta volvió a quedar atrapada entre mis piernas el no paró y continuó lamiéndome hasta que mi agarre desistió y subió a besarme dulcemente en los labios. Jugué con su lengua a la vez que por primera vez notaba un sabor diferente en su boca. Mi propio sabor, el sabor de mi excitación, el sabor de mi humedad, cualquiera pensaría que podría ser repugnante, pero lejos de hacerlo, ese sabor, mi sabor, notarme en sus labios, solo hizo que el fuego de mi interior volviera a prenderse y esta vez con más fuerza.
Mis manos bajaron directamente al pantalón de Peeta y di gracias a dios que para dormir usara uno con cintura elástica y pude bajárselo rápidamente. Mis ojos cayeron hacia su ropa interior y pude ver la excitación pidiendo salir en ellos. Le miré a los ojos y me mordí el labio, esta vez intencionadamente, sabía lo mucho que le gustaba eso. Le oí gruñir y sus labios besaron los míos con pasión, tanta que me costó respirar cuando cortó el beso. Le quité la camiseta con la misma rapidez que había usado para sus pantalones y le obligue a que fuera él el que descansara en la cama, colocándome a horcajadas sobre él.
No entendí que hacia cuando se giró y abrió el cajón de la mesita hasta que le vi entre los dedos la pastilla rosada. Sonreí besándole con pasión y luego dejé que colocara la píldora en mi boca, besando sus dedos en el proceso. Me tragué la píldora e inmediatamente mis manos se centraron en su ropa interior. Acaricié su pene por encima de esta, notando su calor y su fuerza, mi intimidad palpitaba dolorosamente pidiendo que esa parte de Peeta estuviera dentro de ella.
No pude resistirlo más y me deshice de la última prenda que cubría el cuerpo de mi chico del pan. Y en ese momento pude verlo en toda su plenitud. Allí tumbado en la cama, con sus fuertes pectorales y esos potentes abdominales y su dureza, su enorme dureza apuntando hacia arriba. La rodeé con la mano y la masajeé de arriba abajo, haciendo un poco de presión sobre ella, robándole un ronco suspiro a Peeta. Concentré la mirada en su hombría y continué acariciándola sentada sobre sus muslos con cada una de mis piernas a un lado de su cuerpo.
— ¿Te gusta…?— susurre mordiéndome el labio y sin apartar la vista de su miembro, intentando ser sensual. Al parecer debí conseguirlo porque solo noté como Peeta asentía jadeando.
Me pasé la lengua por los labios y en ese momento se me ocurrió hacer lo mismo que Peeta hizo conmigo, acariciarle con mi lengua. Solo pensar en eso hizo que me recorriera una descarga eléctrica y se concentrara entre mis piernas, provocando que la humedad fuera mayor. Pero no sabía. No tenía ni idea como debía hacerlo, como tenía que acariciarle o besarle en esa parte de su cuerpo, no quería hacerlo mal, debía informarme antes.
Me incliné y bese la línea de vello de debajo de su ombligo a la vez que mi mano seguía con su juego de sube y baja por la longitud de Peeta. Mordí sus abdominales y pase la lengua alrededor de su ombligo, lamiendo como hacia unos minutos que él había hecho conmigo, mis labios volvieron a bajar hacia esa línea prohibida y dejaron nuevos besos y mordiscos mientras que mi mano aumentaba su velocidad. Eso hizo que mi chico levantara levemente sus caderas colocando su miembro a escasos centímetros de mi boca. Dirigí la vista hasta sus oscuros ojos y sin pensármelo besé la brillante punta de su dureza. Fue un beso largo, tierno, como cuando besaba sus labios, casi dulce. Lo suficientemente largo para que en mis labios quedaran impregnados de su sabor. Me pasé la lengua por ellos, probándole. Gemí. Su sabor me hizo que otra corriente eléctrica mucho mas intensa recorriera mi intimidad, tan fuerte que no pude evitar ese gemido y buscar un pequeño roce, roce que encontré en el metal de su pierna ortopédica.
— Katniss…— le miré aún relamiéndome.
Peeta se inclino y agarrándome de la cintura trato de tumbarme en la cama, pero hice fuerza y no se lo permití. Ahora no, ahora era mío. Le obligué a tumbarse de nuevo mientras que mi boca buscaba la suya con ansiedad. Me comí sus labios y bebí de su lengua. Cuando se rindió separé mis labios de los suyos y le miré a los ojos, adoraba el brillo de la excitación en ellos. Sin apartar la vista de ellos volví a tomar su hombría y la dirigí a mi entrada. Contuve la respiración mientras que descendía y le dejaba entrar en mí. Mi interior se quejó levemente, proporcionándome un débil dolor, no tan agudo como la primera vez, pero aún así era molesto. Notaba como mi interior se apretaba contra él, notaba como le costaba hacerse paso, pero no me importaba, volvía a ser completamente suya, a tener esa conexión tan poderosa. La electricidad que se concentro en nuestra unión fue tal que ambos gritamos al unísono. Y oír su grito por estar dentro de mí me llegó al alma.
Continué mirándole a los ojos hasta que estuvo completamente dentro de mí y mi piel rozaba el vello de esa parte de su cuerpo. Cerré los ojos durante un segundo, apretándolos, podía sentirle completamente en mí, sentir su calor de nuevo. De todos los momentos de mi vida, seria este el que querría congelar. Besé su pecho y volví a mirarle, incorporándome, apoyando mis manos sobre su pecho. En ese mismo momento me di cuenta de que no sabía qué hacer. Había llegado a ese punto, había tomado el control y ahora, no sabía qué hacer.
—¿quieres que yo…?— Debió notar mi indecisión, cosa que me ruborizo. Aún así negué con la cabeza.
Volví a cerrar los ojos e intenté dejarme llevar, elevé un poco las caderas dejando que saliera un poco de mí para luego volver a bajar. Gemí con fuerza apretando los puños sobre el pecho de Peeta, clavándole las uñas. Le oí gemir también y volví a hacer el mismo movimiento. Pronto comencé a subir y bajar rápidamente, pero mi cuerpo pedía más, así que en un acto reflejo también conseguí empezar a moverme levemente hacia delante, dejando que el cuerpo de Peeta rozara en el centro de mi placer.
Las manos de Peeta descendieron por mi espalda y se posicionaban en mis nalgas, las apretaron con fuerza. Noté como la cadera de Peeta se levaba para encontrarse con la mía en un movimiento completamente acompasado y natural. Nuestros gemidos y gritos se hicieron de nuevo patentes. Yo misma ya había perdido la poca vergüenza que tenía en esa situación y me movía buscando mi placer y el de Peeta sin importarme nada. Ya podría estar de nuevo el Capitolio atacando el distrito que no me importaba. Todo mi mundo giraba en torno a esa habitación, al cuerpo de Peeta unido al mío y a sus manos sobre mi cuerpo. Su mano izquierda voló hacia unos de mis pechos que se movían al compás de mi cuerpo y lo apretó masajeándolo, haciendo que la ola de placer descendiera desde él hasta mi punto de placer. Necesitaba más, necesitaba explotar, porque ya no aguantaba el fuego de mi vientre. Mis movimientos se hicieron más rápidos a la vez que mi respiración era más errática y mis gritos más intensos. Aunque para ser sinceros Peeta no se quedaba atrás y sus gemidos era más intensos de lo que yo recordaba. Adiviné que verme sobre él le gustaba, y siendo sincera, llevar el control era placentero.
Peeta embestía aún mas fuerte contra mi cuerpo, levantando sus caderas más rápido hacía mí, la mano que tenía en mi pecho descendió hasta que su dedo corazón rozó ese punto en mi intimidad a la vez que notaba como el calor de Peeta se derramaba en mi interior. Sus ojos cerrados, su boca entreabierta gimiendo y su dedo hicieron que el fuego en mi interior se extendiera y explotara con mi ya típico grito gutural.
Continué moviendo mis caderas durante un tiempo más calmadamente, recuperando el aliento. Cuando Peeta abrió los ojos descendí a besarle jadeando contra sus labios, mezclando su aliento con el mío. Sonreí mientras aún me frotaba contra él, despacio, disfrutando el momento, hasta el que el beso se cortó y frotó su nariz contra la mía.
—¿Puedo…?— No tuvo que decir nada más, sabía perfectamente a lo que se refería. Asentí mirándole a los ojos, esos ojos que poco a poco volvían a recuperar su azul cielo.
— Feliz cumpleaños Katniss…— Intenté sonreírle pero no pude, asique solo junté mis labios a los suyos, mientras que notaba que una furtiva lágrima abandonaba mis ojos y caía sobre la mejilla de la única persona con la que quería compartir ese día.


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