miércoles, 18 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 25



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



— ¡Catnip! ¡Catnip!¡Katniss!
Seguí corriendo todo lo rápido que esos zapatos me lo permitían a través del pasillo del Edificio de justicia, sabía que él me seguía, podía oír perfectamente como sus zapatos golpeaban contra el suelo de cerámica, cada vez más cerca. Para mi sorpresa encontré una puerta entreabierta la abrí del todo y entre en esa estancia. Cuando intenté cerrar la puerta algo me lo impidió y un desgarrador grito se oyó al otro lado de la puerta. La volví a abrir temerosa y allí estaba el culpable de mi último sueño, encogido agarrándose la mano izquierda.
— ¡Maldita sea Katniss!
—¿Qué…?
—Me has pillado la mano con la puerta, podías tener un poco más de cuidado.
— Lo siento…
—¿Por qué huyes de mí?
— no quiero verte Gale.
—¿Por qué?—Parecía enfadado, no sabía si por lo que le había dicho o por el dolor en la mano.
—Sabes porque, si quieres estar cerca de mí no vuelvas a preguntarlo— pronuncié las palabras entre dientes, apretando los puños alrededor de la tela del vestido.
—Katniss…yo…
—Cierra la boca Gale— Suspiró.
En ese momento sus ojos se clavaron en los míos y no pude descifrar lo que se leía en ellos, ya que era un conjunto de varias cosas, desde la pena al dolor. Aparté la mirada avergonzada y la dirigí a su mano magullada, la verdad es que debía haberle golpeado fuerte puesto que el dorso de la misma estaba empezando a tornarse de un tono púrpura. Suspiré sintiéndome culpable por ello, solo quería alejarme de él, no hacerle daño.
— En casa tengo algo para eso— señale su mano con mi barbilla— ven conmigo…
— Estoy bien…
— Voy a avisar a Peeta— no le hice caso deliberadamente— le diré que regreso en unos minutos.
— Va a pensar lo que no es Catnip— intentó bromear, pero a mí no me resultó gracioso.
— Peeta confía en mí, no tiene de qué preocuparse ni lo más mínimo— intenté sonar cortante, pero con Gale, pocas veces me funcionaba.
—Como quieras, te espero aquí.
—Bien
Retrocedí por el pasillo con los sentimientos agolpándose en mi corazón y llegando a mi cerebro, atontonándolo. Iba a estar a solas con Gale. En mi casa. Los dos solos. Me mordí el labio sin saber muy bien el porqué de mi nerviosismo y entre en la sala en busca de Peeta para decírselo. Tardé unos minutos en encontrarle. Cuando le vi mi mundo se derrumbó un poco más. Estaba al fondo del gran salón rodeado de gente y con un bebé con un suave cabello color bronce cubriéndole la cabeza. No tardo en reconocerle. Es el hijo de Annie, y cada día se parece más a su padre. Pero no es el bebé el que me hace estremecer, no, es ver a Peeta con él en brazos, es ver como mi chico del pan acuna al bebe de apenas 6 meses, haciéndole carantoñas, es ver como ríe cuando el bebé le devuelve la sonrisa. Ver a Peeta con un bebé me hace enfermar.
A Peeta le gustan los niños, lo sabía perfectamente, más de una vez le había visto regalar pasteles a niños que apenas conseguían dar sus primeros pasitos, casi todos de la Veta. Se divertía viéndoles hacer esos gorgoritos y se reía cuando posaban sus sucias manos sobre él para que los cogiera. Y sabía lo que tarde o temprano pasaría. Querría uno propio. Peeta querría un bebé suyo, de su sangre. Me lo pediría. Y yo me negaría a traer un crío a este mundo. No iba a ver sufrir a ningún hijo mío. No iba a obligarle a tener una madre desequilibrada y un padre que a veces perdería el norte y querría matar a su madre. Un bebé no necesitaba unos padres así. No podía sufrir innecesariamente. No debían. Peeta y yo no podíamos tener hijos, y eso sería algo que a Peeta le costaría entender. Pero tendría que hacerlo. Yo no iba a ser madre.
Annie tocó el brazo de Peeta y le indicó mirándome que estaba allí. Él sonrió mirándome y luego miró al niño sin borrar la sonrisa de sus labios. Y he de reconocer que esa sonrisa en Peeta era completamente adorable. Dulce y pura. Demasiado dulce para una personita que apenas conocía por unas pocas fotos que Annie nos había enviado. Pero parecía no importarle. Con esa sonrisa en su boca se acercó lentamente a mí. Atravesando todo el salón ante la atenta mirada de las personas.
— ¿Cómo te encuentras?— susurró sin dejar de arrullar al bebé, que posó sus enormes ojos en mí.
— Mejor…
—¿segura?— asentí con fuerza. Peeta con cuidado de no aplastar al bebé depositó un suave beso en mis labios.
— Sí...tranquilo— esbocé un pequeña sonrisa.
— ¿Quieres cogerle?— me ofreció el bebé con una sonrisa
— ¡NO!— retrocedí un paso, y me di cuenta de que quizás había sido demasiado brusca— se me caería…— intenté arreglarlo.
— Esta bien…
— Yo…— eso iba a ser más difícil de lo que pensaba— ehm…le he hecho daño a Gale y tengo que ir a curarle
— ¿qué?
—Peeta…volveré pronto— la sonrisa de sus labios desapareció rápidamente e incluso apartó su mirada de mí, centrándola de nuevo en la personita que tenía en brazos.
— de acuerdo…
— ¿todo bien Peeta?— noté como apretaba la mandíbula, empezaba a temer que tuviera un ataque, asique intenté coger al niño por instinto, pero él volvió a clavar sus claros ojos en mí.
—Sí, no tardes
Iba a darse la vuelta cuando le tome del brazo y me pegué a él para buscar su boca y colocar mis labios sobre los suyos. Acto seguido los recorrí con la lengua y cuando me lo permitió pasé a jugar con la suya, en un beso lento y suave, que aún así hizo que una leve hoguera se incendiara en mi interior. Jadeé contra sus labios y él se apartó con una leve sonrisa.
— Katniss… recuerda que esta noche te ayudaré— me mordí el labio.
— Quizás tengas que ayudarme antes, no sé si aguantaré a Gale.
— ¿Quieres que vaya yo?
— No, yo causé el daño yo lo arreglaré. No debió seguirme.
— ¿qué le hiciste?
—Le pillé la mano con la puerta— la verdad, es que viéndolo desde fuera sonaba divertido, y a Peeta le debió parecer igual puesto que dejo escapar una leve carcajada.
— Estúpido.
— Peeta…— le regañé sonriendo— fue mi culpa.
— Lo que sea, no tardes, ya te echo de menos
— lo sé…— sonreí divertida y volví a besarle, para luego encaminarme de nuevo a la salida.
Gale me esperaba en el pasillo sujetándose la mano, me miro interrogante, pero no le dije nada, simplemente seguí caminando, él me siguió solo un paso por detrás de mí. Sí cuando hice el camino contrario nos miraban con incredulidad a Peeta y a mí, ahora con Gale era completamente aterradoras todas las miradas. Pronto empezaron los murmullos y los cuchicheos, la gente susurraba mirándonos, suponiéndose cosas que no eran. No debía importarme, pero me importaba, me importaba todo lo que aquellas personas hablaran sobre mí, más que nada lo que podrían llegar a decirle a Peeta, me importaban sus sentimientos. Pero pensándolo bien no tendrían mucho de lo que hablar, Gale siguiéndome por las calles del distrito, nada más. Ni siquiera íbamos hablando, no nos tocábamos, solo me seguía.
Cuando entramos en la Aldea de los vencedores respiré más tranquila, ahí nadie nos miraría para luego cuchichear algo sin sentido. Llegamos a mi casa a los pocos minutos. Abrí la puerta y por primera vez en todo el rato dejé que me adelantara y le dejé entrar primero. Nada más entrar me descalcé, suspirando de placer al sentir el suelo plano y fresco bajo mis doloridos pies. Odiaba esos zapatos. Le indique que me siguiera de nuevo y subimos al baño de la planta superior. Ahí tenía el botiquín con todas las medicinas.
Se quitó la chaqueta de su traje quedándose solo con la camisa. Tragué saliva al comprobar que sus músculos eran más potentes, Gale estaba más fuerte que antes, y fijándome en su cara, ésta era más madura, ya no quedaba nada de la adolescencia en sus rasgos. Además parecía más alto. Estaba más atractivo que nunca. Suspiré sintiéndome una estúpida por esos pensamientos y observe su mano. Uhg, aquello debía doler de veras, estaba completamente hinchada y morada.
— ¿y si está rota?— susurré mientras que él se sentaba en el borde de la bañera
— Katniss, tienes fuerza pero no tanta— rió.
— Tu mano no opina lo mismo.
Me senté a su lado y tomé su mano herida. Una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo desde la yema de mis dedos hasta mi bajo vientre, contrayéndolo, aún así la ignoré y continué observando el golpe.
— Aplicaré una crema para el dolor y otra para el hematoma…se te pasará enseguida.
—Genial…
Me levanté aun con la sensación del cosquilleo en los dedos y abrí el armario donde guardábamos las pocas medicinas que usábamos habitualmente. Rebusque en busca de los dos ungüentos y haciendo gala de mi nerviosismo dejé caer una de las cajas que estaba ahí guardada. Gale se levanto para atraparla en al vuelo pero no lo consiguió, tuvo que cogerla del suelo. Quise que me tragara la tierra cuando vi la caja que era. Ni siquiera recordaba que Peeta hubiera guardado ahí la caja de pastillas anticonceptivas que había comprado él, aunque fuera lo lógico, no la recordaba, me maldije por no guardarla junto a la que compré yo en la mesita de mi habitación.
— Uh…oh…Vaya…— Musitó con cara de sorpresa. Yo solo suspiré.
— No esperaba que vieras eso, Gale —Me entregó la pequeña caja blanca y rosa.
—Ya…— suspiró también pasándose la mano sana por el pelo— Así que Peeta y tú vais en serio.
— Completamente.
— Y os cuidáis.
— ¿Qué?
— Las pastillas, usáis protección.
— Ah…sí, claro. Ya sabes mi opinión sobre los hijos.
— Supongo que me alegro.
— ¿De qué me cuide?— usé sus mismas palabras.
— De vuestra relación.
— No se te ve muy contento— su sonrisa fue triste mientras se incorporaba
— Sí, suponía que yo…
— ¿Qué tú qué?
No dijo nada, consiguió pegarme a la pared del baño apoyando su cuerpo contra el mío. No entendía su reacción. Pero aún así mi corazón se aceleró al igual que mi respiración. Mi pecho subía y bajaba al recordar el estúpido sueño de la noche anterior. Gale sonrió de lado al comprobar mi vergonzoso estado. Recorrió con sus dedos mi mejilla y mi cuello haciéndome jadear sin poder evitarlo.
—Apártate Gale
— Algo me dice que no quieres que lo haga.
— Hazlo…no me des otro motivo para odiarte.
—Tú no me odias— olió mi pelo y tuve que cerrar los ojos ante la sensación.
— No me obligues a ello, Gale…— intenté apartarme, pero obviamente él era más fuerte. No conocía a este nuevo Gale, y me asustaba.
—Sé que deseas esto…y la verdad es que yo también…somos muy parecidos, estamos destinados a estar juntos.
Le miré directamente a los ojos, tenía razón éramos completamente iguales. Puro fuego corría por nuestras venas, y estaba ese leve cosquilleo en mi vientre dirigiéndose hacia la unión de mis piernas por encontrarme así. Era el destino. Fuego con fuego. Sus labios se acercaron a los míos lentamente. Iba a besarme, y yo iba a dejar que me besara. Fuego, sus labios eran fuego. Dejé que posara sus labios sobre los míos y que su lengua se encontrara con la mía. Pero me aparté rápidamente, haciendo acopio de todas mis fuerzas conseguí apartarle de mí. No necesitaba su fuego. Yo ya tenía suficiente. Necesitaba una razón para seguir, una razón de ser. Y esa razón es el pan, el pan necesita del fuego para formarse, y el fuego necesita el pan para tener una razón por la que existir. Yo necesito a Peeta, a nadie más. No, no le necesito. Amo a Peeta. Eso iba más allá de la necesidad.
— No Gale, no creo en el destino, y si fuera así mi destino es Peeta. Solo existe Peeta para mí.
— Eso no es cierto.
— Lo es, aunque no lo creas, lo es Gale. Le he elegido a él, desde siempre ha sido él. Lo siento.
— le necesitas para sobrevivir…
—No, le necesito para vivir. Solo porque le amo. Sin él estaría incompleta. Entiéndelo Gale, podría sobrevivir sin ninguno de vosotros, pero a Peeta le necesito en mi vida. Le amo, y él lo sabe.
Y con esa última frase, le lancé los dos botes de ungüento y salí del baño para que el mismo se aplicara las malditas cremas.


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