viernes, 18 de enero de 2013

Aprendiendo: Capitulo 34


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.

Me desperté por culpa del olor a bollos de queso. Ese delicioso olor se colaba por mi nariz haciéndome la boca agua. Abrí los ojos para encontrarme con dos mares azules que me miraban intensamente. Cuando sonrió me ruboricé casi al instante reprimiendo un bostezo. Siempre me había incomodado que me miraran mientras dormía. Aunque el rubor se fue en el mismo segundo que Peeta posó sus labios sobre los míos. Sonreí contra ellos y los besé suavemente, sin prisa, disfrutando de esa forma de despertar.
— Hueles a pan recién hecho…
— Es el desayuno Katniss…— su sonrisa me iluminó.
— No…tú hueles a pan…
Volví a besarle dulcemente y luego bajé a besar su cuello. Saboreándolo con mi lengua. Cuando la respiración de Peeta se aceleró fueron mis dientes los que pasaron a hacerse cargo de la piel de esa zona de su cuerpo. Encendiendo mi propio fuego. Cerré el puño alrededor de su camisa y tiré hacia mí pegando su pecho contra el mío que estaba aun desnudo de la noche anterior. Rodeé su cuello con mis manos y busqué de nuevo su boca para besarle con pasión. Justo en ese momento el sonido de mi estomago nos desconcentró. Peeta se echó a reír como un niño pequeño.
—No tiene gracia…— intenté atacar sus labios de nuevo pero se apartó.
— Tienes que desayunar…
— Tengo hambre de otra cosa…— incluso mi voz sonó inocente.
— tu estomago no opina lo mismo Katniss…—Resoplé dejando que se apartara de mí.
— puedes traerme algo que ponerme para desayunar…me incomoda estar desnuda y que tú no lo estés— puse un dedo en sus labios cuando iba a decir algo— sé que a ti no te importa…pero es raro.
Por suerte Peeta me comprendió y del armario sacó una camiseta y unas braguitas de encaje rojo. Se notaba que ese color sobre mi piel le gustaba. Cuando me lo dio me lo puse sin mirarle demasiado para no sentirme incomoda y dejé que colocara sobre mis piernas la bandeja del desayuno. En ella había una pequeña cestita con bollos de queso y dos enormes tazas de chocolate que aún humeaba. Tome una de las tazas y le di un pequeño sorbo. El gemido que salió de mi boca por culpa del sabor hizo carraspear a Peeta. Le miré un poco avergonzada pero sonriendo. Él me devolvió la sonrisa y tomó su taza para beber un poco también.
Cogí un panecillo y me lo llevé a mi nariz, oliéndolo, pan y queso, esta vez reprimí el gemido para no incomodar o molestar a Peeta. Pero mordí lo sonriendo. Y como no, estaba exquisito, como todo el que él prepara.
Comí el panecillo y me bebí lentamente el chocolate. Mientras que mis ojos recorrían toda la perfección que era Peeta. Su ancha mandíbula, sus ojos azules y sus largas pestañas. Adoro cada rayo de sol que juega con su pelo iluminándolo. Es perfecto. Y está aquí a mi lado. Haciéndome bollitos de queso y chocolate caliente. Solo a mí y no a Delly.
Acabo el chocolate y poso la taza en la bandeja. Espero a que él termine para continuar con los besos donde los hemos dejado. Pero no lo hace. Se queda mirándome en silencio durante un largo rato.
— ¿No comes más?— negué con la cabeza.— come un poco más, solo un bollito no es desayuno…
— pero junto con el chocolate sí— sonreí. Podría comerme toda la cesta, pero como le había dicho antes, tenía hambre de él.
—Solo uno más…— el mismo cogió uno y me lo acerco a la boca.
Intenté negarme pero los ojos de Peeta me lo impidieron así que mordí lentamente el pan, mirándole a los ojos. Mis dientes chocaron con algo extraño. Me aparté extrañada y miré a Peeta. Sus mejillas ruborizadas me sorprendieron más. Cogí el panecillo con mi propia mano e introduciendo un poco los dedos en él comprobé que no estaba relleno de queso. De entre la miga del pan conseguí sacar un anillo. Lo observé detenidamente, era bastante sencillo, el dibujo del metal era exactamente igual al del mi "llamador de ángeles". En el centro, justo en la parte de arriba tiene una pequeña piedra que brilla. No hacía falta ser un comerciante o del Capitolio para saber que es un diamante. Volví a fijar mi vista en Peeta y éste estaba aún más ruborizado que antes, incuso sus perfectas orejas estaban un poco rojas.
—¿Peeta…?
—Kat…Katniss Everdeen…eres la mujer de mi vida…te amo con toda mi alma…desde aquel día que con cinco años te entregué la llave de mi corazón al oírte cantar. Prometo cuidarte en todas tus pesadillas e intentar eliminar todos los miedos, y ahuyentar en la medida de lo posible el dolor… Solo puedo ofrecerte mi amor y pan recién hecho todos los días de tu vida…— sonrió un poco, nervioso—Nada más, pero… ¿querrías…ser…— Carraspeó— ¿quieres casarte conmigo?
Palidecí. Hacia menos de 12 horas que yo se lo había pedido, pero aquello con el anillo se hacía más real. Cuando yo se lo pedí había sido espontaneo. Algo dicho sin pensar. Algo que dije en un momento de bienestar. Pero el anillo lo hacía real. Peeta me había pedido matrimonio. Quería casarse conmigo. Y lo más sorprendente de todo es que yo también quería. Quería ser su esposa. Seriamos un matrimonio extraño pero nos amábamos, se supone que eso era lo importante ¿no? Ya lidiaríamos con todos nuestros problemas. Con mis pesadillas y sus ataques.
—Sí quiero, claro que quiero…
Peeta aparto la bandeja de mis rodillas casi de forma brusca y sus labios chocaron con fuerza contra los míos. Su beso fue apasionado y rudo, pero dentro de eso también tenía amor. Era difícil de explicar, pero Peeta podía conseguir eso en un solo beso. Me recosté en la cama dejando que él se colocara sobre mí sin perder la conexión que tenían nuestros labios. Su lengua recorrió mi boca para luego jugar con la mía. Cuando sus labios cambiaron su lugar de ataque y pasaron a mi cuello mi respiración se aceleró de tal manera que ambos nos sorprendimos, me había excitado demasiado rápido.
Antes de seguir con sus atrevidos besos, cogió el anillo de mi mano y me lo colocó en el dedo con una sonrisa. Me beso el dorso de la mano jadeando. Sonrió cuando acaricié sus labios con mis dedos. Volvió a besarme la mano y luego se dirigió hacia mi boca. Le besé con pasión con la respiración aún más entrecortada mientras sus manos se dirigían al bajo de mi camiseta y tiraban de él. En un segundo el trozo de tela pasó por mi cabeza y me quede en braguitas solo.
Sus labios atacaron uno de mis pezones lo besaron y lo succionaron y luego sus dientes pasaron a morderlo haciéndome arquear la espalda y emitir un vergonzoso gemido de placer. Acaricié su pelo enredando mis dedos en él mientras que él se centraba en ese pecho. Pero más tarde me vi en la necesidad de acariciar su espalda desnuda, así que a tirones, conseguí quitarle la camiseta, Peeta despegó los labios de mi pecho lo suficiente como para que la camiseta pasara por su cabeza. El otro pecho lejos de quedarse desatendido fue acariciado con su mano izquierda. Cuando sus labios siguieron el recorrido hacia mi vientre supe lo que pasaría. Su lengua pasó por mi ombligo y descendió hasta tocar con la cinturilla de mis bragas. Gemí solo de pensar lo que venía a continuación.
Tomó con sus manos los laterales de mi ropa interior y la hizo descender lentamente por mis piernas. Besó el interior de mis muslos y luego posó un suave beso en mi intimidad a la vez que me obligaba a separarlas un poco más. Esta vez el nerviosismo por estar tan expuesta era ínfimo. Le sonreí impaciente, necesitaba que lo hiciera ya. Me devolvió la sonrisa y luego hundió la cabeza entre mis piernas para recorrer con su lengua el espacio entre mis pliegues. Eso me hizo cerrar los ojos y arquearme dejando a mi cabeza caer hacia atrás. Gemí ahogadamente y le dejé continuar acariciando su pelo. Su lengua se perdía en mi interior y se enroscaba con mi centro de placer, tan rápido y tan intensamente que el fuego en mi interior se expandía de forma incontrolable por mis venas. En el momento en el que Peeta introdujo dos dedos en mí, el fuego explotó haciendo que me retorciera de placer sobre la cama, dejando escapar un grito ahogado.
Cuando me calmé un poco, Peeta se colocó entre mis piernas. Me miró sonriendo y acarició mi pelo. En la otra mano tenía la píldora rosa. Ni si quiera me había fijado cuando la había cogido. Dejé que me la pusiera en la boca y la tragué para justo después besarle y pegar mi intimidad contra la suya. Maldije a la fina tela de sus calzoncillos pero aun así moví la cadera contra su dureza, haciéndole gemir. Me gustaba oírle gemir. Me gustaba como entrecerraba los ojos y abría levemente la boca. Le besé mordiendo con suavidad sus labios mientras que retiraba hacia abajo la tela que nos separaba, solo lo suficiente para que su hombría quedara pegada a mi intimidad que palpitaba por ella.
Dejé que entrara en mí con extremada suavidad. Ambos disfrutamos de ese momento conteniendo nuestra acelerada respiración. Sus ojos se oscurecen más cuando nuestros cuerpos se acomodan de esa manera. Moví mis caderas lentamente de nuevo para incitarle a que continuara. Salió y entró. El fuego en mi interior se incrementó. Le rodeé con las piernas para que nuestros cuerpos tuvieran un mayor roce. Peeta gimió aún más alto gracias a eso. Embistió más rápido contra mi cuerpo. Grité de placer con cada embestida, arqueando el cuerpo. Peeta abandonó su faceta de caballero y rodeó mi cuerpo con sus brazos, levantándome las caderas. Se colocó de rodillas, supongo que para tener un mayor impulso y dejó mi trasero en el aire. Se movió con fuerza clavándome los dedos en las caderas. Grité y él gimió. Mis caderas empezaron a moverse al mismo compás que las suyas. Rápido y rudo. Con un grito ahogado de Peeta noté como se derramaba en mi interior y solo con eso el fuego que había en mí explotó de manera brusca. Como una fuerte bomba.
Se dejó caer sobre mi cuerpo dejando que notara todo su peso sobre mí. Algo que en absoluto me molestó. Me gustaba sentirle contra mí, tan pegado a mí. Jadeando a mi oído. Buscó mi boca y me besó acariciando mis labios con los suyos propios, mezclando esos excitantes jadeos. Acaricio su pelo y su espalda hasta su trasero. Me gusta su poderosa musculatura, incluso en esa zona.
— Tenemos que contárselo a todos…— en ese momento me entró el pánico. No quería una boda con gente que no conocía y cámaras.
—No…no quiero el mundo entero lo sepa…— rodó hacia un lado para quedarse tumbado a mi lado.
— con todos me refería a Haymitch, johanna, tu madre….— me obligó a mirarle a los ojos.
— no creo que a mi madre le importe, ni si quiera vino a mi cumpleaños.
—Sabes porque no vino…
—Ya, pero se olvida de que yo aún estoy viva. De que tenía dos hijas— no puedo evitar decirlo con resentimiento y aguantando las lágrimas en mis ojos.— Pero da igual… no la necesito, solo te necesito a ti.
— ¿segura?
—Absolutamente Peeta…— depositó un casto beso en los labios.
—¿Quién más quieres que esté en la boda?— "boda" suena tan raro.
—Annie…
—¿Gale?— me lo preguntó con miedo.
— si él quiere, sí. Y Delly…— mi orgullo femenino grita en mi interior, quiere que ella lo vea.
— Si ella quiere…
Asentí y me acurruqué contra su pecho, observando el anillo que estaba colocado en mi dedo anular. Comprometida. Estaba comprometida con Peeta. Y ahora es de verdad, no una mentira para el Capitolio. Voy a convertirme en Katniss Mellark. Y aunque asustaba un poco era lo que quería. Vivir para siempre con Peeta.

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