viernes, 18 de enero de 2013

Aprendiendo: Capitulo 38


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Cuando me giré para comprobar con mis propios ojos lo que Gale me había dicho el corazón se me paró ante tal escena. Delly bailaba completamente pegada a un caballeroso Peeta, demasiado caballero para decirle lo incomodo que estaba, algo, que al menos yo, podía notar perfectamente en su mandíbula tensa y sus ojos vacilando por todo el jardín. Volví a mirar a Gale pero esta vez con una sonrisa en mi boca. Mi chico del pan estaba demostrando lo poco o nada que le interesaba la hermosa Delly. Y eso me llenaba el corazón de tal manera que parecía que iba a explotar de amor.
— Creo que debo ir a rescatarle…— susurré sin apartar la sonrisa de mi boca.
— ¿Va a haber pelea de gatas?
— No— Reí— al menos que se encare no voy a decirle nada fuera de lugar— En el fondo me da pena que esté enamorada de él.
— ¿pena? ¿por qué?
— Porque no podrá estar con él nunca, porque Peeta me ama a mí.
— eso es cierto…desgraciadamente para ella…
— Estoy segura de que Delly encontrará a alguien casi tan bueno como Peeta, es una chica preciosa y buena persona.
— Quizás ella no quiera a nadie más— Sus ojos penetraron tanto los míos que me dio miedo.
— ¿Me lo estás diciendo por experiencia? ¿y Johanna qué?
— Entre Johanna y yo solo hay un baile…
— Y unas miraditas, y susurros al oído…— Vi a Gale ruborizarse levemente, y eso me hizo comprender que lo que estaba diciendo era real, entre ellos dos pronto habría algo— Mejor voy con mi marido…— le susurré cuando no dijo nada— te veo luego…— besé su mejilla y me alejé de él.
Me acerqué a Peeta y Delly por la espalda de esta última. Mi intención no era asustarla pero cuando carraspeé dio un respingo y soltó a Peeta casi de inmediato. Tuve que ahogar una risita cuando me miró con esa cara de terror y blanca como un espectro.
—Kat…Kat…Katniss…— tartamudeó débilmente.
— Hola Delly, gracias por venir…
— De nada Katniss… Todo esto es precioso…y estás maravillosa…—Peeta me agarró la mano en ese momento, quizás para salvarse de las garras de Delly.
— Sí que lo es, pero el mérito no es mío, si no de la gente que ha trabajo en ello, yo no tenía ni idea…
—Ah…aún así, felicidades…a los dos…— sonrió nerviosa— Os dejaré solos para que baléis, es lo que deben de hacer los recién casados.
Sin esperar un "hasta luego" de nuestra parte se alejó rápidamente. Miré a Peeta a los ojos sin apartar de mis labios esa sonrisa divertida, ver a Delly nerviosa por mi culpa me había gustado más de lo que era correcto reconocer. Por mucha pena que me diera no iba a permitir que se acercara a Peeta más de lo necesario. Y aún menos cuando mi chico del pan estaba tan incomodo. Peeta hoy debía divertirse.
— ¿No tienes nada que decirme Peeta?— seguí sonriendo, pero él frunció el ceño y aparto la mirada, tan nervioso como Delly. Eso me asustó un poco.
— Se acercó a mí…quería bailar…acepte…—Parecía un niño pequeño tartamudeando.
— Solo me esperaba un "gracias por salvarme de ella"— susurré a su oído para luego depositar un suave beso en su mejilla.
— Creía que no era necesario— noté un pequeño rubor en sus mejillas aunque me besó para ocultarlo.— ¿Seguimos bailando?— no esperó a que asintiera para tomarme de la cintura y empezar a moverse al compás de la música.
Es posible que bailáramos durante horas, y aunque mis pies estaban completamente doloridos, me sentía tan dichosa que no me importaba. Estar en los brazos de Peeta de cualquier manera era algo verdaderamente fascinante para mí. Aunque no fue con la única persona que bailé. Haymitch se acercó a nosotros al poco rato y me pidió un baile. Su estado no era de total embriaguez pero su aliento olía levemente a alcohol. Supongo que eso era lo que le había dado las fuerzas para invitarme a bailar. Desgraciadamente nuestro baile no duró mucho. Ni su discurso paternal. Se tropezó con sus propios pies cayendo al suelo en medio de la pista. Dejándonos en el recuerdo de aquel día una anécdota graciosa. Extrañamente también bailé con Johanna, que se mantuvo callada acerca de su baile con mi mejor amigo. La intriga y la curiosidad me mataban por saber que se traían esos dos. Pero no quise ser indiscreta y acepté todos sus halagos (algunos fuera de lugar) sobre Peeta. También acepté escuchar a regañadientes sus consejos para mi "noche de bodas" pero por suerte para mí ya no necesitaba ningún consejo, yo misma sabría cómo actuar y como quería que fuera aquella noche.
Cuando oscureció la gente poco a poco fue desapareciendo, pocos de ellos se despedían, quizás por estar ebrios o quizás por no molestarnos, pero de repente solo quedábamos en el jardín Peeta y mis amigos más íntimos. El bebé de Annie dormía plácidamente en su regazo mientras que ella lo acunaba ante la atenta mirada de Peeta. Oh, Dios, otra vez no…no quería tener esa conversación… bebé y Katniss son dos palabras que no eran compatibles. No, no, no. No podía traer una personita al mundo para sufrir, por mucho que Peeta lo deseara, por mucho que me suplicara. No podía. No debía. No debía ser madre.
Un leve carraspeo de Haymitch nos sacó a todos de nuestros pensamientos. Y como si el mismo lo ordenara, todos desocupamos nuestros asientos, levantándonos para por fin despedirnos. Y sí decía por fin porque al fin podría disfrutar de mi chico del pan solo para mí. Cada uno de ellos fueron dándonos un beso, algunos más fríos que otros. El abrazo de Gale o de Johanna contrastaron enormemente con el escueto y rápido beso que mi madre me dio en la mejilla. Incluso en Peeta se entretuvo más. Suspiré sin poder remediarlo. Su actitud dolía. Sabía que nuestra relación estaba casi tan muerta como nuestra familia. Ella fue la última en irse, esa misma noche partía a su nuevo distrito. Se alejaba definitivamente de mí. Quizás si Prim siguiera viva nuestra relación habría mejorado, como pasó en el 13, pero ahora todo era diferente. Ella volvía a alejarse de mí. Por suerte le tenía a él, tenía a Peeta.
Cuando cruzamos el umbral de la puerta, Peeta la cerró a sus espaldas para después abrazarme. Hundió su nariz en mi pelo y noté como aspiraba. Sonreí intentando apartar los recuerdos dolorosos de mi madre y giré la cara para buscar su boca y posar mis labios sobre los suyos. Sabía a tarta de fresa y nata. A azúcar. Y era mío. Sonreí a la vez que su lengua salía a recorrer mis labios y le permití que jugara con la mía entrando en mi boca.
Sus manos estaban en mis caderas acariciándolas y apretando la tela del vestido, arrugándolo, pero ya no importaba. Me giré para quedar frente a él y el choque de sus labios sobre los míos fue devastador y ardiente. Me hizo gemir con solo eso, como si hiciera años que sus manos y sus labios no recorrían mi cuerpo, y de eso solo hacía unas horas. Sus labios bajaron por mi cuello hasta mi clavícula. La mordieron y la lamieron haciendo que mis pulmones buscaran más aire, jadeando. Se apartó de mí unos segundos y con una sonrisa pícara me cogió en volandas, levantándome los pies del suelo.
Mi grito de susto no se hizo esperar, pero el lejos de dejarme empezó a subir las escaleras riendo. No paró hasta llegar a nuestra habitación y depositarme con una delicadeza extrema sobre la cama.
— Al fin solos….— susurró mirándome inmóvil al lado de la cama.
— Al fin solos…—repetí recostándome, intentando ser, aunque solo fuera un poco, seductora.
Se colocó de rodillas en la cama, arrastrándose mientras que se quitaba la chaqueta de su traje. Luego consiguió colocarse ente mis piernas las cuales separé gustosamente haciendo que el vestido se remangara hasta casi mi cadera. Peeta dibujó en sus labios su sonrisa más pícara para luego atacar mi cuello. Lo besó mordió y lamió torturándome a la vez que sus manos intentaban encontrar la cremallera del vestido a mi espalda. Sonreí al notar que cada vez se frustraba más y más porque sus manos no la alcanzaban.
—Peeta…— no pude evitar la leve risita que salió de mi boca— la cremallera está en un lado. En el izquierdo…
— Mierda…— Maldijo en un susurro jadeando— quiero ver que ropa interior llevas hoy.
— Sabía que esa ropa tan extravagante te gustaba…— encontró la cremallera y la hizo descender hasta mi cadera, acariciándome en el proceso, haciéndome gemir.
—Me gusta más lo que hay debajo, tu piel desnuda y suave— posó sus labios sobre los míos y me beso con furia, como si lo necesitara para vivir.
— Entonces ¿preferirías que fuera sin ropa interior?— susurré jadeando, excitada solo por su beso.
— Creo que sí— Ahogó una risita contra mis labios antes de volver a recorrerlos con su lengua.
—Eres un pervertido Peeta Mellark…
—No…Me gustas demasiado Katniss Eve… Mellark…
Esta vez fui yo quien volvió a atacar su boca. Le mordí y lamí cada rincón de sus labios para que luego mi lengua recorriera la suya, acariciándola y saboreándola. Mis manos volaron hasta los botones de su fina camisa blanca. Empecé desabotonándola, despacio, regodeándome en cada centímetro del pecho de Peeta que descubría. Y aunque la ansiedad por sentirle se incrementaba cada vez más y más, teníamos todo el tiempo del mundo para estar juntos. No había razón para tener prisa.
Pero Peeta no pensaba lo mismo, ya que cuando aún no le había desabrochado ni el cuarto botón el mismo arrancó el resto de un tirón, quitándose la camisa en ese mismo instante justo antes de volver a posas sus labios sobre los míos, reclamándolos como propios. Acaricié su fuerte pecho deleitándome con cada uno de sus músculos para luego recorrer sus brazos hasta sus muñecas, que guié para que sus manos tomaran los laterales de mi vestido. Entre besos Peeta se deshizo de él, dejándome en ropa interior.
Sonreí con un poco de autosuficiencia al ver como los ojos de Peeta se oscurecían aún más al verme así. La ropa de encaje blanco contrastaba perfectamente con el moreno de mi piel, era algo que hasta yo podía ver, sabía perfectamente que me daba un toque sugerente. Ese toque que tanto buscaba para agradar al hombre que ahora estaba dejando un reguero de besos por mi cuello.
Peeta mordisqueó mi cuello arrancándole a mi garganta miles de jadeos y gemidos vergonzosos. Sus manos jugaban con el elástico de mis braguitas, como si dudaran de continuar o no. Y la espera no hacía más que incrementar las palpitaciones de mi entrepierna. Elevé un poco las caderas intentando buscar un mayor roce con el cuerpo de Peeta, cuando lo conseguí pude comprobar que incluso debajo de la ropa que aún le cubría Peeta estaba listo y excitado como yo. Ambos gemimos ante ese leve contacto y los besos de Peeta se volvieron más bruscos y voraces, empezaba a perder el alma de caballero.
Perdiendo la poca vergüenza que aún sentía en situaciones como esa tomé a Peeta de sus caderas y le obligué a recostar todo su cuerpo entre mis piernas, notándonos completamente a través de las prendas que nos separaban. Le rodeé con las piernas y froté mi intimidad contra la suya. Sonreí al comprobar cómo mi chico del pan entrecerraba los ojos gimiendo, para luego volver a recorrer mi cuello con su lengua. Pero ahora no se quedó ahí. Bajo con demasiada lentitud hacia mi escote y mis pechos, que dejaron de estar cubiertos por el sujetador de un solo tirón. Al parecer Peeta se había vuelto un experto desprendiéndome de esa prenda. Su lengua recorrió las partes más rosadas y duras de mis senos, haciendo que miles de descargas eléctricas confluyeran en mi intimidad, la cual estaba empapaba vergonzosamente la única tela que me cubría.
Cuando los dientes de Peeta atraparon uno de mis pezones, volví a tensar las caderas y arquearme, ahogando en mi propia garganta el gemido. En ese momento Peeta aprovecho para deshacerse de sus pantalones de un solo tirón y sin dejar de atender con su boca mis pechos. Ver a Peeta con solo la tela de algodón me excitaba aun más, ponía en alerta a todas y cada una de las células de mi cuerpo. La tela negra y apretada contrastaba a la perfección con la blancura de su piel, además de que hacía resaltar aún más aquella dureza que pedía salir a gritos. Me mordí el labio intentando contenerme y disfrutar de las caricias de los labios de Peeta pero pude. Mi mano derecha se coló entre nosotros y acarició toda la hombría de Peeta por encima de sus calzoncillos. Oírle gemir era el mejor de los regalos para mis oídos, no necesitaba nada más. Apreté aún mas mi mano contra su dureza, rodándola como pude y el hizo lo propio con sus dientes en mi pecho, robándome un grito de placer.
Comencé a acariciarle con suavidad, pero pronto la tela me estorbó y metí la mano por dentro de ésta, tocando toda su longitud directamente. Duro y preparado. Eran las dos únicas palabras que podría usar en aquel momento para definirlo. Mi mano lo recorrió cada vez a mayor velocidad a la vez que mi chico del pan hacía descender mis braguitas por mis piernas. Solo le permití que se apartara de mí para que el también acabara desnudo.
No pude evitar contemplarle durante unos segundos. Fuerte, musculoso, excitado y mío. El azul de sus ojos era solo un reducto a causa de su excitación. Me avergonzaba pensar que quizás mis ojos estuvieran igual, pero la vergüenza fue mínima ya que Peeta volvió a pegar su cuerpo al mío, ahora podía notarle en toda su plenitud, algo que me hizo gemir aún más alto e instintivamente mover las caderas, provocándome un roce placentero, haciendo gemir alto.
— Espera…Katniss…La pastilla…
Me quedé inmóvil. Asustada. La había pasado por alto, estaba tan sumida en las caricias y el placer que Peeta me proporcionaba que no había recordado la pastilla rosa. Asentí jadeando y el mismo la sacó del cajo y me la depositó sobre la lengua. La tragué aún en shock.
Peeta besó mis labios dulcemente a la vez que se perdía en mi interior. Sentir como me invadía me hizo despertar del leve letargo y gritar ahogadamente de placer. Salió y entró de nuevo en mí haciéndome gritar de nuevo. Sus movimientos era lentos, pero contundentes, fuertes. Me embestía con una mezcla de fuerza y romanticismo propia de él. Rudo pero con amor. Extraño de explicar, pero esa combinación hacia que el fuego en mi interior se incrementase a pasos agigantados. Sus embestidas aumentaron de rapidez a la vez que lo hacían sus gemidos y los míos propios. Nuestros jadeos gemidos y gritos se mezclaban en una atmosfera que hacía que el fuego y la electricidad de mi cuerpo aumentaran con violencia. Demasiado rápido en poco tiempo.
Mi cuerpo estaba en llamas, ardía, y oír los jadeos de Peeta solo hacía que ese fuego se avivase, que mi vientre buscara el alivio. Moví mis caderas con tal fin, haciendo que los movimientos de Peeta sumaran fuerza si eso era posible. Entendí que le gustaba asique seguí moviéndolas aunque la posición no era la más idónea para mí. Pero como si Peeta leyera mi pensamiento, me agarro de la cadera y nos hizo rodar, dejándome a mí sobre él. Mordí su labio inferior a la vez que mis caderas comenzaban a moverse al compás de las suyas. Cuando la mía descendía la suya subía. Los jadeos se incrementaron, los míos era gritos ahogados buscando apagar el fuego de mi interior. Pero el fuego no se apagó. Cuando sentí el calor de Peeta dentro de mí mi propio fuego explotó recorriéndome hasta la última célula de mi cuerpo. Grité y Peeta clavó sus dedos en mis caderas.
Buscó mi boca y me besó más calmadamente. Recuperando el aliento. Peeta me abrazó y siguió llenándome de besos la cara, sin dejar de jadear, mezclando su aliento con el mío, nuestros ahora ya casi inexistente gemidos.
Sonreí acariciando su pelo. Ya no me imaginaba mi vida sin él. Le necesitaba más que comer o beber, más que respirar. Besé la perfección de sus labios y luego como él mismo había hecho le besé cada rincón de su cara. El último beso lo deposité en su nariz. En su perfecta nariz.
— Te amo Peeta…—susurré
—Te amo Katniss…

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